La Montaña
GRACIAS A LA VIDA
Oscar Loza Ochoa
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
César Vallejo
Irene, hija mía, te vas de manera temprana de nuestro lado, pero no reniego de la vida. Antes que cualquier otra cosa le doy gracias por habernos dado la oportunidad de compartir contigo tantas alegrías, momentos inolvidables y también días en que las borrascas sociales y tormentas en la salud familiar amenazaban la integridad personal y la paz de todos.
Te despediste en silencio porque callado y discreto fue tu carácter, y esperaste el momento en que tu y yo estábamos solos para hacerlo. La tecnología hospitalaria registraba fallas orgánicas múltiples mientras tu fuelle respiratorio jalaba aire con mucha dificultad. El sufrimiento que padecías no tenía límites, no lo mitigaban mis caricias en tu hombro izquierdo y me dolía profundamente que mi apagado monólogo no llegara a tus cansados oídos. En esos momentos las lágrimas corrían en torrente y yo te recordaba a Irenita y a la pequeña Abril, en silencio gritaba que te aferraras a la vida por ellas, que vencieras los embates del cáncer que ya había lastimado demasiado tu organismo y tus ánimos. No pudiste, no pudimos contra tus males, pero te vengaste del destino a tu manera: en tu rostro se dibujó el principio de una sonrisa con la que enfrentarás la eternidad.
En tu familia caben las lágrimas (cómo no llorar la partida de un ser tan noble y bueno como tú), pero el duelo natural de todos no niega tu partida y menos el deseo de que marches y descanses en paz. En ese terrible momento, en un rinconcito de la sala de urgencias del IMSS, no pude evitar hacer un recuento de tantos días, instantes y cosas vividas contigo. Hoy las comparto con quienes se solidarizan con nosotros. Tú fuiste una niña callada y discreta. Los brincos y travesuras los dejaste para los demás. Las uñas, el carácter fuerte y tu estatura sólo se imponían cuando de defender a tus hermanos se trataba, pues eras la mayor de la camada.
Las escuelas que cobijaron tu formación saben de tus logros académicos, desde el Jardín de niños de la UAS, la Primario Ruperto L. Paliza, la Secundaria Federal #4 y la Universidad Autónoma de Sinaloa, donde cursaste hasta un posgrado en Ciencias de la Tierra. Durante esos años, mientras brillabas en el mundo académico, te preocupabas por el rendimiento escolar de tus hermanos.
¿Te acuerdas de la fiesta de 15 años? Entre invitados y colados colapsaron las instalaciones rentadas y tuvimos que echar mano de otro piso para cumplir con todos. Tenías un gran imán para tus eventos o de plano los goyeteros de Culiacán rebasan toda medida, porque tu boda fue un tsunami que me obligó a pelear a voz en cuello para que los encargados del salón dejaran pasar a la gigantesca ola de autoinvitados, mientras pedía prestado algo de dinero para comprar tortas y acabalar una cena que la población extra empequeñecía.
Nos regalaste dos bellos luceros: Irenita y Abril. Ellas son la prolongación de tu sangre y de una vieja estirpe que heredamos tu madre y yo, forjada en diferentes rincones del país entre mujeres y hombres del más puro mestizaje mexicano. Ellas serán dínamo de las fuerzas que necesitamos para continuar nuestra vida, ellas serán un nuevo motivo para renovar las ganas de vivir y alcanzar otras metas en la existencia. Fue un compromiso hecho en tu despedida. No te fallaremos.
Dos años pasaron entre la operación esperanzadora que aceleró el latir de nuestros corazones y tu doloroso deceso. Y en el recuento de esa mañana del día 21 fue inevitable pensar en las interminables sesiones de quimioterapia y en nuestros viajes a Obregón y al Hospital siglo XXI de la Ciudad de México, en la búsqueda del arcoiris de la vida. Sacabas fuerzas de flaqueza y juntos recorrimos la Alameda Central, el Hemiciclo a Juárez, el Palacio de Bellas Artes, Correo Mayor, el Palacio de Minería, la Casa de los Azulejos y el Zócalo. Te enamoraste de las ruinas del Templo Mayor, del Palacio Nacional (allí miraste a placer la placa que indica dónde murió Benito Juárez), la Catedral y del mítico lugar que indica el punto donde nace la Gran Tenochtitlan.
Con el consuelo de haber luchado hasta el final por tu salud, hacemos votos porque descanses en paz. Y damos las gracias a Sergio Loza, el mejor cirujano del mundo; al Dr. Luis Alberto Contreras, tan sabio como humano; a la familia, al mundo de amigos y a la vida, por habernos brindado tu hermosa compañía por el breve e intenso lapso de 34 inolvidables años. Descansa en paz Irene. Vale.
Twitter @Oscar_Loza
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